domingo, 3 de julio de 2011

Escuchando al enemigo.

Inauguro mi Blog compartiendo éste relato contigo.
Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible, y con dificultad oyen con sus oídos; y sus ojos han cerrado; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane…Hechos 28-27.

Esto es una narración de algo que presencie sin ver y que escuché muy bien.
El 14 de mayo pasado, de éste 2011, por la tarde acudí a la Catedral de Guadalajara, buscaba hacer mi confesión. Al entrar me percaté que se celebraba alguna especie de ejercicio espiritual para niños; me pareció que los enseñaban a rezar el Rosario. No presté demasiada atención ya que me interesaba buscar un confesionario con Sacerdote. Me acerqué al primero que encontré, creo que había alrededor de unas 10 ó 12 personas; estando ahí y esperando por mi turno, me pareció que lo que celebraban era algo ruidoso, la mujer que entonaba cánticos lo hacía de manera muy aguda y un poco molesta a mi parecer y creo que también para el sacerdote que confesaba, ya que al cabo de un par de minutos de estar esperando y de que el sacerdote terminase con la confesión de una persona, él, asomó su cabeza para observar la cantidad de personas y nos dijo “Si todos se van a confesar, síganme, los llevaré a una oficina porque aquí ya no puedo escuchar nada”. Buena decisión.
Lo seguimos hasta el interior de la catedral, justo a un costado de lo que me parece es un vestíbulo u oficinas. Ahí fue donde nos indicó el Sacerdote que aguardáramos por nuestro turno para la confesión, era un patio, con una fuente al centro del mismo; la fuente con una imagen de la Virgen de Guadalupe al centro, y en algún lugar, una placa que registraba la visita del Beato Juan Pablo II en 1979 a la Catedral. Alrededor del patio divisé habitaciones; dos pisos si mal no recuerdo. El sacerdote nos dijo “Muchos que vienen a confesión, no meditan realmente sobre lo que están a punto de hacer, de confesar, de decir; ahí tienen una imagen de nuestra Señora de Guadalupe -la de la fuente- para que se inspiren y mediten previo a su confesión. En seguida, conforme vaya terminando, los mandaré llamar” Me parece que después de aquellas palabras del Sacerdote, muchos no estaban seguros de lo que iban a confesar o no estaban seguros de haber entendido a que se refería; algunos se retiraron. Al final, en aquellas bancas donde esperábamos sentados, quedábamos cinco personas.
Minutos después, una señora salió y le dio la señal de que pasara a la otra que esperaba en turno, quedábamos entonces, en esa banca, dos mujeres jóvenes, amigas me pareció, y yo. Sentado, esperando y observando todo alrededor del patio, aún escuchaba lo que celebraban en el altar, seguía escuchando la fuerte voz de aquella mujer del ejercicio espiritual. Pasaba el tiempo y yo seguía observando y escuchando los cánticos que venían del altar; pero aquello que escuchaba cambió un poco, escuchaba ya una especie de ruido mucho más agudo y largo en tiempo o sostenido. En verdad creí que la intensidad de aquella mujer para cantar, su voz aguda y los niños cantando, generaban una especie de cacofonía que parecía terminar en aquel ruido agudo y sostenido. Lo seguí escuchando por un par de ocasiones más; pero poco después ya nada venía del altar, más el ruido extraño continuó. Fue entonces cuando, con menos interferencia, logré distinguir que aquello era más bien un aullido, como lo haría un perro, ahora lo percibía más claro. Pero no era un perro sino la voz de una mujer, se percibía femenino el alarido. Así continuó algunos minutos. Me extrañó muchísimo y a las jóvenes que esperaban también.
Aquellos aullidos, ya con la celebración en el altar terminada, sonaban realmente fuertes y provenían de aquel vestíbulo que estaba al costado de donde nos encontrábamos. Cesaron entonces los aullidos, pero le siguió un terrible y fortísimo rugido, en verdad te digo que era una mezcla de rugido demencial y bestial, horrible. Le siguió otro más y otro más. En ese momento eso ya no me pareció algo normal. Sospeché de que se trataba y me levanté para acercarme más a ese vestíbulo para de esa forma confirmar mi sospecha; se celebraba un rito de Exorcismo, escuché con claridad las letanías que el Sacerdote mencionaba. Me quedé helado, en verdad fue espeluznante, mis piernas las sentí temblorosas y mi piel erizada, en un instante estaba en shock. Mi reacción, gracias a Dios, fue la de ponerme a orar; comencé a orar sin parar por esa persona, no sé si lo hice bien pero fue lo que sentí que debí hacer.
Regresé a mi lugar mientras oraba, me senté, creo que temblaba, me apretaba las manos, voltee a ver a las jóvenes y parecían no entender que estaba pasando, se levantaron para retirarse. Me quedé solo ahí, mientras seguía orando y seguía escuchando con claridad el Exorcismo. Eso era real y nunca creí que me tocaría escuchar y estar presente en el lugar donde aquello se celebraba. Sabía que era una mujer porque en toda esa bestialidad que se mezclaba en su voz cuando rugía, se percibía el tono femenino. “ No me voy a ir” “No me voy a ir” –rugía con gran fuerza- “Él no me ama, Él no me amaaaaaaaa” –rugía con más fuerza. Le siguieron golpes fuertes y constantes, al parecer de muebles o cosas pesadas, como algo que se sacude con gran fuerza y golpea o choca con lo que lo rodea. “ No me voy a ir” “No me voy a ir”-continuaba diciendo. Aquello era un verdadero síndrome demonopático. Me gustaría describir con onomatopeyas lo que yo escuchaba para que lograran entender lo que aquí describo pero quizá pierda para ustedes la seriedad de lo vivido. Súbitamente llegó un silencio, por parte del poseso, que me permitió con claridad escuchar al sacerdote. ¿Qué decía el Sacerdote? Letanías, es decir, invocaciones a Jesucristo y a la Virgen María.
Mientras escribo esto me doy cuenta la forma en que recuerdo el momento, la forma en que lo viví que me hace sentir que fue más tiempo el que pasé esperando por mi turno al confesionario improvisado.
Continué escuchando las letanías del Sacerdote, todo se calmó. Por mi cabeza pasó que todo había terminado, que la mujer estaba liberada, lograda la expulsión; pero no, una leve risa comenzó, de esas que se dan cuando tiene uno la boca cerrada, mientras el Sacerdote continuaba la risa subía de tono, subió hasta que fue una carcajada demencial. Sin duda ese momento fue el más escalofriante.
Para entonces me quedaba muy claro que escuchaba la voz de un Demonio encarnado. Eso que es para muchos, por desgracia, intangible, inverosímil o falso, estaba ahí, constante en su aferramiento a esa mujer y sonante como bestia que es. Nadie ya puede decirme que todo aquello concerniente al Diablo o a sus demonios no existe. Negar la existencia del Diablo es negar la existencia Dios, de Jesucristo y eso es muy grave. Negar la existencia del enemigo no lo debilita sino lo fortalece, lo mimetiza facilitándole el acecho en nuestro libre albedrío.
Aquella carcajada demencial de la poseída se tornó en lamentos de verdadero dolor y de falta de respiración, podría describirlos como al momento de asfixia y desesperación de alguien que no sabe nadar y se aventura a entrar en el mar. No lo sé pero pudo haber sido la desesperación de la mujer, su lucha personal contra aquel Demonio por liberarse. Sabemos que, durante una posesión, un Demonio es capaz de querer llevar a la muerte a la posesa buscando luchar contra su liberación, un ejemplo y quizá el único, Anneliese Michel (21 de septiembre de 1952 – † 1 de julio de 1976).
Finalmente llegó mi turno a confesión, entré, hice lo mío, no mencioné nada a aquel Sacerdote y me retiré. El Exorcismo continuaba aún cuando caminaba rumbo a la salida de aquella sección de la Catedral, por la misma que entré; decidí entonces postrarme en un reclinatorio, no para orar mi penitencia, sino para continuar en oración por aquella mujer. Y así lo hice por los siguientes dos días.
Fue bastante extraño, después de ese evento, salir de la iglesia y sentir que salí a una jungla; inmediatamente me tope con un joven del tipo “emo”, un niño minusválido puesto en una silla de ruedas, dejado ahí no sé por quién y con un vasito atado a la silla, evidentemente buscaban, ante la necesidad, lucrar con su aspecto. Después se cruzó en mi camino un “metalero” tatuado y con estoperoles en sus ropas, por un lado caminaba un hombre que más bien se esforzaba, en su aspecto, de lucir lo más femenino posible. Esto fue para mi otro shock más, impresionante, ya que venía de atestiguar un fenómeno preternatual, una auténtica lucha del bien contra el mal. Salir a la calle y toparme con esa realidad me hizo reflexionar sobre lo mal que estamos, casi de forma generalizada, sobre lo que hemos hecho con nuestra libertad; una libertad enferma de un relativismo o comportamiento que ha crecido como cáncer en todos los ámbitos, el cultural, social, académico y religioso; que rechaza la verdad o la sustituye por “la verdad según cada quien” y que, en ocasiones mal interpretando y en ocasiones con alevosía, deforma y degrada la idea de la libertad en libertinaje, teniendo como resultado un “desenfreno argumentado” disipando la verdad absoluta para dar paso a varias verdades, la que mejor le acomode a cada quien, “tu verdad, mi verdad”. Todo esto creo que podría conjugarse en una sola palabra: Rebeldía.
Citando al Papa Benedicto XVI, en su libro, cuando era aún Cardenal, “Fe, verdad, tolerancia” Ratzinger ya hacía referencia a este relativismo en una parábola budista que cuenta lo siguiente:
“Un rey del norte de la India reunió un día a un buen número de ciegos que no sabían qué es un elefante. A unos ciegos les hicieron tocar la cabeza, y les dijeron: -esto es un elefante-. Lo mismo dijeron a los otros, mientras les hacían tocar la trompa, o las orejas, o las patas, o los pelos del final de la cola del elefante. Luego el rey preguntó a los ciegos qué es un elefante, y cada uno dio explicaciones diversas según la parte del elefante que le habían permitido tocar. Los ciegos comenzaron a discutir, y la discusión se fue haciendo violenta, hasta terminar en una pelea a puñetazos entre los ciegos, que constituyó el entretenimiento que el rey deseaba”.
Yo me pregunto ¿Estamos bajo la dictadura relativista de un nuevo orden mundial? ¿A quien le es devoto ese dictador o dictadores? Supongo que al máximo Rebelde que la historia conoce.
Por último, les comparto alguno sentimientos que tuve mientras presenciaba aquello.
Escuchando al sacerdote luchar, en el nombre de Jesucristo, por la liberación de aquella persona, sentí un reconfortamiento de mi Fe, de verdad enorme. Aquel sacerdote que peleaba sin cesar, con firmeza, con devoción, sin claudicar, torturando al demonio en cada letanía, era el mismo con el que en anteriores ocasiones me he reconciliado con Jesús en la confesión. No conozco su nombre pero sí su voz.
Todo este hecho me hace sentir, como Cristiano, que estoy bien en donde estoy y me hace replantearme mi postura frente a todo lo que me rodea y haciéndome entender de manera más clara el “Monacato”, alejarse, aislarse prácticamente de este mundo para establecer un contacto ininterrumpido con Dios, más aún cuando afuera, en la actualidad, estamos rodeado de tanta basura ideológica, tanto cáncer que anteriormente mencioné.
Me queda claro que cuando salí de la Catedral se me presentaron diversos aspectos que han mellado la sociedad, como ventanas que permiten ver algunos diferentes caminos que la han secuestrado y que sería bastante estúpido no reconocer cuál es el que debo recorrer. Porque sin importar la denominación que sea cada uno, al final, daremos cuentas de los caminos que elegimos y de cómo los recorrimos.
El camino esta ahí para quien lo quiera tomar, no es labor del camino buscar al ambulante.
Si eres cristiano, espero te reconforte en éste relato, si no…Dtb.


La Confesión.


Jesús les dijo otra vez: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidosJuan 20:19-23.

Desde mi particular punto de vista el Sacramento de la confesión, es el acto o el momento que conjuga y ejemplifica la esencia del Catolicismo, de la Cristiandad misma. Momento que muestra dos aspectos esenciales a ejercitar en la vida del ser humano, la honestidad y la misericordia”.

La honestidad en nosotros mismos de reconocernos, en el más básico sentido común, imperfectos, faltos, débiles y potencialmente pecadores constantes, con nosotros mismos, y por ende, para con los demás. Esto, para combatir nuestra soberbia, nuestra prepotencia y no para justificar, “así soy y que”, nuestras malas y bajas acciones.

Sincerar nuestros actos destruye la soberbia porque vulnera nuestro ser; pero en el Sacramento de la confesión se es vulnerable no ante un hombre, ni ante un sacerdote, sino ante Jesús. A partir de ahí, la fragilidad del alma se convierte en el más inquebrantable blindaje, mismo que repela a Satanás, ya que como amo de la rebeldía,  no tolera que nos humillemos. La confesión es incluso más fuerte que un Exorcismo, ya que expulsa el mal que tenemos en el alma y el exorcismo al demonio del cuerpo.

Cristianos y personas de buena voluntad, debemos ejercitar el músculo del discernimiento en nuestro operar de ánimo, para fortalecer el criterio y el sentido común en nuestro diario accionar y reaccionar. Montar guardia ante uno mismo,  halar los estribos del pensamiento mundano y cerniendo nuestras palabras, para así lograr templanza y libertad del alma.

El beneficio psicológico de expresar honestamente lo que perturba, inquieta o incomoda al alma es enorme y permite sanar sucesos pasados que cicatrizaron marcando el subconsciente y tienen incidencia directa y rápida en nuestras reacciones diarias. Pero en un mundoNew Age”, donde el relativismo y el humanismo secular buscan imperar diseminándose como epidemia, hace ya muchísimos años, conduciendo a las personas o sociedades completas en aceptarse como son bajo su ética personal, de cada quien, buscando eliminar cualquier explicación sobrenatural, cualquier explicación que venga de Dios. Librando a los inconscientes de cualquier rendimiento de cuentas.

¿Que mejor, para liberarnos de cualquier atadura o lastre conductivo, que el mismo Jesucristo? Como bien dijo el jefe de la milicia celestial, San Miguel Arcángel ¿Quién como Dios?

“La última vez que me confesé el sacerdote me regaño, me trató muy mal, no me vuelvo a confesar”, ¿cuantas ocasiones no hemos escuchado esto? Tienen razón. Cuando una persona toma la decisión de reconciliarse con Jesús, situación que es sumamente difícil en dar el paso cuando se es renuente, y su encuentro es con un sacerdote de mala actitud, indispuesto a escuchar, predispuesto a regañar e incluso a insultar, da como resultado un distanciamiento y rechazo, no a Jesús, pero si a sus Sacerdotes y a sus Iglesias. Los creyentes no debemos permitir, cuando buscamos de la misericordia, el consuelo, el consejo y la intercesión, recibir mal trato. Tampoco debemos generalizar el mal proceder de algunos como si fuese el proceder de todos, como si el Sacerdote fuese un ser clonado, con la misma personalidad y perfil tanto aquí como en China. No es así, y tenemos el derecho de buscar, pedir y elegir a Sacerdotes bondadosos, misericordiosos, a esos que logran despertar un sentimiento paternal, de guía, de amistad y camaradería en nosotros, dispuestos a servir y continuar con la tarea encomendada por Jesús a sus discípulos. Pero también nuestra obligación es, como Cristianos, orar por ellos, orar por su vocación y su santificación. Afortunadamente son minoría los casos de malos sacerdotes que manchan la percepción de la Iglesia con sus feligreses y con los no Católicos, que con esto, alimentan sus argumento para cuestionar y atacar la Iglesia.

La misericordia Sacerdotal y nuestra honestidad complementa ese ejercicio que inflama nuestras virtudes y nos hace vivir en gracia de Dios, haciendo inquebrantable la alianza nueva y eterna.

Para los incrédulos, los rejegos y testigos de Jehová que cuestionan y se escandalizan con nuestro Sacramento de la confesión, les comparto ésta anécdota. Recuerdo haber escuchado a un Sacerdote exorcista, decir que en una ocasión, durante un exorcismo que llevaba a cabo a un par de jóvenes, no lograba someter a los demonios, ante la preocupación llamo a un Sacerdote exorcista de mayor experiencia para solicitarle apoyo, el experimentado al escuchar la descripción del momento y de las características de los posesos tan sólo sugirió confesarlos. El Sacerdote, en un momento de lucidez de los jóvenes, los confeso y santo remedio, quedaron liberados. También a los mismos, les recomiendo el libro del Padre José Antonio Fortea, “Svmma Daemoniaca, Tratado de Demonología y Manual de Exorcistas”, en el cual describe, gracias a su experiencia en ese ministerio, el perfil de muchos de los demonios que vagan por el mundo acechando a las personas, podría asustarlos el darse cuenta que muchas de las personalidades de estos seres se asemejan a comportamientos de muchas personas que se embriagan en su libre albedrío y hacen de su vida lo que plazca sus deseos.

Por último, te sugiero entregar a Jesús tu carga y ejercitar el discernimiento, halando los estribos del pensamiento mundano que te dará temple y te mantendrá lejos del confesionario, aunque también, por desgracia, el pecado te mantendrá lejos del mismo.