domingo, 3 de julio de 2011

La Confesión.


Jesús les dijo otra vez: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidosJuan 20:19-23.

Desde mi particular punto de vista el Sacramento de la confesión, es el acto o el momento que conjuga y ejemplifica la esencia del Catolicismo, de la Cristiandad misma. Momento que muestra dos aspectos esenciales a ejercitar en la vida del ser humano, la honestidad y la misericordia”.

La honestidad en nosotros mismos de reconocernos, en el más básico sentido común, imperfectos, faltos, débiles y potencialmente pecadores constantes, con nosotros mismos, y por ende, para con los demás. Esto, para combatir nuestra soberbia, nuestra prepotencia y no para justificar, “así soy y que”, nuestras malas y bajas acciones.

Sincerar nuestros actos destruye la soberbia porque vulnera nuestro ser; pero en el Sacramento de la confesión se es vulnerable no ante un hombre, ni ante un sacerdote, sino ante Jesús. A partir de ahí, la fragilidad del alma se convierte en el más inquebrantable blindaje, mismo que repela a Satanás, ya que como amo de la rebeldía,  no tolera que nos humillemos. La confesión es incluso más fuerte que un Exorcismo, ya que expulsa el mal que tenemos en el alma y el exorcismo al demonio del cuerpo.

Cristianos y personas de buena voluntad, debemos ejercitar el músculo del discernimiento en nuestro operar de ánimo, para fortalecer el criterio y el sentido común en nuestro diario accionar y reaccionar. Montar guardia ante uno mismo,  halar los estribos del pensamiento mundano y cerniendo nuestras palabras, para así lograr templanza y libertad del alma.

El beneficio psicológico de expresar honestamente lo que perturba, inquieta o incomoda al alma es enorme y permite sanar sucesos pasados que cicatrizaron marcando el subconsciente y tienen incidencia directa y rápida en nuestras reacciones diarias. Pero en un mundoNew Age”, donde el relativismo y el humanismo secular buscan imperar diseminándose como epidemia, hace ya muchísimos años, conduciendo a las personas o sociedades completas en aceptarse como son bajo su ética personal, de cada quien, buscando eliminar cualquier explicación sobrenatural, cualquier explicación que venga de Dios. Librando a los inconscientes de cualquier rendimiento de cuentas.

¿Que mejor, para liberarnos de cualquier atadura o lastre conductivo, que el mismo Jesucristo? Como bien dijo el jefe de la milicia celestial, San Miguel Arcángel ¿Quién como Dios?

“La última vez que me confesé el sacerdote me regaño, me trató muy mal, no me vuelvo a confesar”, ¿cuantas ocasiones no hemos escuchado esto? Tienen razón. Cuando una persona toma la decisión de reconciliarse con Jesús, situación que es sumamente difícil en dar el paso cuando se es renuente, y su encuentro es con un sacerdote de mala actitud, indispuesto a escuchar, predispuesto a regañar e incluso a insultar, da como resultado un distanciamiento y rechazo, no a Jesús, pero si a sus Sacerdotes y a sus Iglesias. Los creyentes no debemos permitir, cuando buscamos de la misericordia, el consuelo, el consejo y la intercesión, recibir mal trato. Tampoco debemos generalizar el mal proceder de algunos como si fuese el proceder de todos, como si el Sacerdote fuese un ser clonado, con la misma personalidad y perfil tanto aquí como en China. No es así, y tenemos el derecho de buscar, pedir y elegir a Sacerdotes bondadosos, misericordiosos, a esos que logran despertar un sentimiento paternal, de guía, de amistad y camaradería en nosotros, dispuestos a servir y continuar con la tarea encomendada por Jesús a sus discípulos. Pero también nuestra obligación es, como Cristianos, orar por ellos, orar por su vocación y su santificación. Afortunadamente son minoría los casos de malos sacerdotes que manchan la percepción de la Iglesia con sus feligreses y con los no Católicos, que con esto, alimentan sus argumento para cuestionar y atacar la Iglesia.

La misericordia Sacerdotal y nuestra honestidad complementa ese ejercicio que inflama nuestras virtudes y nos hace vivir en gracia de Dios, haciendo inquebrantable la alianza nueva y eterna.

Para los incrédulos, los rejegos y testigos de Jehová que cuestionan y se escandalizan con nuestro Sacramento de la confesión, les comparto ésta anécdota. Recuerdo haber escuchado a un Sacerdote exorcista, decir que en una ocasión, durante un exorcismo que llevaba a cabo a un par de jóvenes, no lograba someter a los demonios, ante la preocupación llamo a un Sacerdote exorcista de mayor experiencia para solicitarle apoyo, el experimentado al escuchar la descripción del momento y de las características de los posesos tan sólo sugirió confesarlos. El Sacerdote, en un momento de lucidez de los jóvenes, los confeso y santo remedio, quedaron liberados. También a los mismos, les recomiendo el libro del Padre José Antonio Fortea, “Svmma Daemoniaca, Tratado de Demonología y Manual de Exorcistas”, en el cual describe, gracias a su experiencia en ese ministerio, el perfil de muchos de los demonios que vagan por el mundo acechando a las personas, podría asustarlos el darse cuenta que muchas de las personalidades de estos seres se asemejan a comportamientos de muchas personas que se embriagan en su libre albedrío y hacen de su vida lo que plazca sus deseos.

Por último, te sugiero entregar a Jesús tu carga y ejercitar el discernimiento, halando los estribos del pensamiento mundano que te dará temple y te mantendrá lejos del confesionario, aunque también, por desgracia, el pecado te mantendrá lejos del mismo.

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