viernes, 12 de agosto de 2011

Breve relato y testimonio de Montreal.


Hace ocho años, en 2003 precisamente, viví por algún tiempo en la ciudad de Montreal, ciudad de la provincia de Québec, en Canadá. Estuve ahí lo que duraron mis cursos de Ingles y de Francés. En aquel tiempo me hice por novia a una joven Japonesa, que estaba en Montreal con el mismo objetivo, estudiar esos dos idiomas, y que además era mi compañera de clase.
  
Me gustaba visitar , 3 ó 4 veces por semana, la Catedral Basílica “Marie Reine du Monde” a veces para asistir a Misa, otras ocasiones para orar unos minutos y para sentarme a pensar en diferentes cosas, a veces por horas. La chica Japonesa era atea, por tradición familiar, no por convicción. Y por “tradición familiar” me refiero a que fue algo con lo que creció ya que en su casa, sus padres, no seguían religión alguna. Pero en nada le afectaba mi devoción. 

En una ocasión, una tarde de verano, la invité a una de mis usuales visitas a la Catedral, ella aceptó. Llegamos, entramos abriendo uno de esos grandes y pesados portones para luego abrir otro más, diseñado así, para aislar el crudísimo frío de los inviernos. Adelante, casi al pie del altar, estaba un pequeño grupo de personas y un sacerdote. Nosotros nos sentamos para yo después arrodillarme, persignarme y comenzar a orar.
 
Mientras yo oraba, comenzó el rezo del Santo Rosario, que en francés suena superlativo. Yo continué en lo mío por unos minutos, terminé y me incorporé en la banca, el Rosario continuaba. Le pregunté a la joven si le parecía bien marcharnos, me respondió que sí.  
 
Charlábamos caminando rumbo al viejo puerto y me preguntó ¿Qué era lo que estaba haciendo el grupo de personas con el Sacerdote? Le respondí  “Rezando el Rosario” le dí una breve explicación al respecto. Me preguntó depués ¿Qué es lo que el Sacerdote dijo Nôtre Père qui es aux cieux…? Le respondí “Es el Padre Nuestro” y se lo recité en Español. Seguimos caminando.  
 
Poco después me dijo ¿Te puedo decir algo? Me paso algo muy extraño mientras estábamos en la Catedral, fruncí mi frente extrañado y ella continuó. Justo cuando el Sacerdote comenzó a decir Nôtre Père qui es aux cieux, que ton nom soit  sanctifié…sentí un fuerte soplo, una ventolera, no de aire, sino de temperatura, que vino directo del Sacerdote. Me sentí muy mal, me maree muchísimo, mejor cerré mis ojos, aquello terminó cuando terminó el Sacerdote. No entiendo que pasó pero algo tiene esa oración. Soy honesto, me sentí jactancioso y se me vino pronto a la mente todas esas sectas y todas esas personas faltos de fé, no dije nada y continuamos caminando.  

Yo creo que aquello fue una manifestación del Espíritu Santo, pero te lo dejo a tu consideración.  

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